De
las diversas convocatorias electorales, la de las elecciones municipales es la
que requiere de mayor número de candidatos. Pensemos, por ejemplo, en el caso
de Almería: si contamos una media de tres candidaturas por municipio y una
media de 12 candidatos a concejales por candidatura, son alrededor de 4.000 las
personas implicadas. Una cuarta parte salen elegidos. Y entre éstos, muchos retornan
al cargo pero otros se estrenan en política.
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Esther Gómez |
Los
partidos, a la hora de incorporar gente nueva en sus candidaturas, se fijan en
personas “normales”, con buena imagen, no estridentes, preparadas,
presuntamente receptoras del voto de su círculo amistoso y familiar… Pero no
siempre les salen –a los partidos, digo- las cosas como piensan y se encuentran
con algunos incómodos compañeros de viaje. Si hacemos un viaje por la geografía
provincial y nos detenemos en sus Ayuntamientos, veremos que situaciones
similares a las que describo son frecuentes. El catálogo es diverso: hay
quienes el primer día piden un sueldo, quienes unen su voto al del adversario
político, quienes votan ‘en conciencia’ (o sea, con la oposición), quienes
proclaman que ‘me debo al pueblo’ (o sea, a su propio interés), quienes ceden
la alcaldía al partido contrario ‘por el bien de los ciudadanos’ (o sea, por el
suyo), quienes ‘caen en el olvido’ de acudir a un pleno precisamente el día que
su voto es necesario, etc., etc.
Líbreme
Dios de ubicar a la concejala de Plataforma Abderitana Esther Gómez en alguno
de estos compartimentos. No la conozco y sería un ejercicio de
irresponsabilidad hacerlo. Pero, a juzgar por lo que hace y escribe, un poco rarita
sí es. Veamos. Esther encabezaba la candidatura de Plataforma –una especie de
Podemos abderitano-, que obtuvo tres concejales (Rosa Rolán, de IU; el nuevo portavoz, Francisco Fernandez Guardia y ella). El PP
consiguió nueve, el PSOE obtuvo ocho y Ciudadanos se hizo con uno. Un acuerdo
de izquierdas hubiera conseguido la alcaldía, pero los de Plataforma consideraron
que lo mejor era que siguieran gobernando quienes lo habían hecho hasta
entonces. Nada que objetar.
Desde
el minuto uno el grupo de Esther inició lo que –al menos de cara a la opinión
pública- parecía una fuerte oposición. No había tema que se le resistiera. El
PP era un demonio, y el alcalde, el mismo Satanás. La gestión, calamitosa.
Promovió incluso mociones conjuntas de toda la oposición con foto incluida a la
puerta del consistorio. No había tregua ni momento de respiro. A un complemento
de productividad del marido de Carmen Crespo, funcionario municipal, no dudó en
calificarlo como “sobre”-sueldo, destacando la connotación de la palabra
“sobre”. Ante una oposición tan despiadada, la moción de censura se veía venir.
Y, efectivamente, la negociación para formar una mayoría alternativa ha
llegado.
¿Cuál
es ahora la reacción de la guerrera Esther? Desmarcarse. ¿Por qué? Ella lo
sabrá. ¿Hacía antes una oposición trucada, de cara a la galería, para
justificar oscuras intenciones? También ella lo sabrá. ¿Y qué explicaciones da?
Pueriles. Las típicas que se ajustan a los cánones del tipo de concejal que he
indicado al principio. O sea, que ninguno de los otros 20 concejales piensa en
Adra. En Adra solo piensa ella. Y como sólo es ella la que vela por Adra, hasta
ha creado su propio partido. Lo hará unipersonal, si se le permiten. ¡Ay,
Esther, Esther…! Emilio Ruiz.