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Este oficio de columnista, lo he dicho alguna vez, no es sencillo. La dificultad no estriba tanto en juntar las palabras adecuadas e insertarlas en una frase y contexto de manera que las haga atractivas para el lector, que también, sino en cómo transmitirle a éste honestidad, credibilidad y convicción de lo que se escribe. Un columnista tiene que pretender ser coherente consigo mismo, de tal manera que lo insertado en el papel debe ser el reflejo de su pensamiento. Eso no siempre se consigue, y yo mismo me llamaría a engaño si dijera que mis artículos son el reflejo de mis convicciones. Unas veces lo son, pero otras veces no. Ni quiero engañarme ni quiero engañar a nadie. Es así y punto, aunque sé de antemano que la falta de transparencia me empobrece como persona.
Por esto que he expuesto, no será difícil imaginar que mi admiración siempre estará dirigida hacia los articulistas que: a) transmiten sus opiniones con agilidad gramatical, b) saben elegir los temas que interesan al lector y c) ofrecen en sus escritos la creencia de que la opinión que sale a la luz es el fruto de una convicción personal. Y, hoy por hoy, en Almería, de entre los muchos articulistas que nos asomamos a los medios de comunicación provinciales, hay uno que supera diametralmente a los demás. Ese señor se llama Antonio Fernández Gil y firma con el seudónimo de Kayros.
